Calle 20. Can Serrat. Diciembre 2009



















En 1989 un grupo de artistas noruegos llegó a El Bruc, un pequeño pueblo catalán donde encontraron la masía en la que decidieron establecer una residencia de artistas. El pasado julio celebraban su vigésimo aniversario rodeados de nuevos residentes mientras recordaban las historias vividas hasta convertirse en lo que hoy es.

“Can Serrat es un lugar muy interesante, diferente al resto de residencias, parece haber retenido parte de su pasado indómito, un lugar donde los artistas pueden relacionarse de forma menos estructurada. Hice amistad con artistas increíbles de distintas partes del mundo. La masía parece casi abandonada, llena de maleza, pero hay algo mágico en ello. Está llena de diferentes escaleras, mosaicos hechos con azulejos y porches y esculturas escondidos por todas partes, a veces cubiertos por plantas. Tenía pensado acabar mi novela allí pero después de dos días buscando un lugar para escribir, asumí que estaba allí para absorber lo que me ofrecía el ambiente. Cambié de idea: ésta era una residencia para inspirar”-cuenta Jessica Lott, una escritora de Brooklyn, acerca de sus impresiones sobre Can Serrat.

Cuando llegas a Can Serrat, sabes que estás en Can Serrat: un montón de intervenciones artísticas en el lugar te dan la bienvenida. Después haces una visita rápida por el enorme espacio y notas que todo está en constante evolución, todo está a punto de ser otra cosa, de parecer diferente… que la residencia es un producto de la ebullición de ideas que fluye en la cabeza de los artistas que la gestionan y residen en ella por temporadas.

La historia de Can Serrat está compuesta por miles de fragmentos de otras historias y todas ellas han dejado su huella en esta masía tradicional: desde las obras de arte de la iglesia de El Bruc, que salvaron de su quema inminente cuando decidieron modernizar la parroquia; hasta los mosaicos hechos por los alumnos de escuelas de arte noruegas en paredes y suelos, pasando por miles de detalles en forma de frescos o esculturas incorporados en cada rincón como impronta de algunos de los artistas que la disfrutaron.

Una de las cosas que más llama la atención al llegar es que casi todos los residentes son mujeres. Muchas escritoras -una de ellas viene con su guapa hija aspirante a actriz-, alguna escultora, una pintora que llega con el reto de pintar una acuarela al día, una fotógrafa francesa que acabó eligiendo Can Serrat por su miedo a coger el avión, una simpática vídeo-artista norteamericana que trata de emular el estilo de Brad Pitt, varios performancers; un poeta visual, que repite en Can Serrat por undécima vez, un diseñador de moda de origen cubano casado con una de las escritoras... quizá eso sea una pista del tipo de gente interesada en esto. Vilde (una de las propietarias) cree que “ésta es una casa con energía femenina”. La mayoría de los que comparten el espacio proceden de Noruega y Estados Unidos pero en cuanto profundizas un poco más descubres que tras los norteamericanos hay orígenes de lo más variado desde Asia a Sudamérica.
En cuanto al proceso de selección y concesión de becas para las residencias, “existe un jurado de artistas profesionales, algunos de los cuales ya han recibido la beca o han pasado por Can Serrat, que estudia las solicitudes y deciden” – cuenta Helle (otra de las propietarias). Para el resto de artistas que desean pasar allí una temporada, normalmente basta con dirigirse a su web www.canserrat.org y presentar un dossier de su trabajo.
Los residentes suelen quedarse aquí durante un mes, a veces llegan con un proyecto concreto que llevar a cabo pero en muchas ocasiones esperan que sea el lugar el que les ofrezca la fuente de inspiración. En lo que suelen coincidir es en las expectativas en relación a su estancia aquí en torno a la posibilidad de colaborar con otros artistas, aprender de otras formas de trabajo y experimentar la vida en comunidad con otros artistas. Probablemente fue Van Gogh el que tuvo la idea originaria de crear la primera residencia de artistas invitando a todos sus amigos pintores a pasar temporadas en su casa de Arlés…

Eso en cuanto a los residentes, pero hay mucha más gente con la que encontrarse aquí: el grupo de propietarios (todos ellos artistas noruegos) que sigue pasando temporadas en Can Serrat, el vecino del pueblo de al lado que suele llegarse a saludar, el que estuvo ligado a los comienzos de Can Serrat y este verano ha hecho una escapadita para ver a los amigos...

Bard, que gestiona el lugar y con quien ya había estado en contacto antes de llegar, me cuenta cómo se organizan en cuanto a las tareas comunales: dónde se almacena la comida, sírvase usted mismo, limpie usted mismo su cuarto... Un calendario en la pared organiza el que cada día dos personas se encarguen de mantener la limpieza un poco más general: lavar los platos, ayudar para la cena...
Aparte de eso, no hay muchas normas aquí: cada uno se levanta y hace su plan del día. Hay quien trabaja en la soledad de su habitación, quienes prefieren compartir estudio y fomentar las posibles sinergias con artistas de otros países y disciplinas, quienes quieren aprovechar los espacios y la luz al aire libre y los que eligen hacer excursiones por los alrededores para que su obra se empape del entorno donde se ha generado…

Hay un par de convocatorias que nos reúnen: la hora de la cena y las presentaciones.
Para la cena hay una cocinera y, si no llueve, se come fuera, bajo la parra, en una mesa muy larga que invita a que muchos se sienten en torno a ella. Es entonces cuando aparece gente de los alrededores y es entonces el momento de la charla y hay quien trae la guitarra y hay quien canta.
A menudo antes de la cena hay presentaciones en las que cada residente muestra su trabajo: hace una lectura, proyecta su video-arte o dibujos y contextualiza lo que expone. Después viene el turno de preguntas y el debate.
En ocasiones estas presentaciones surgen de manera mucho más espontánea y alguien se ofrece a enseñar la sesión de fotos que ha hecho encerrado en el estudio durante el día o se sienta a pintar lo que tiene al lado o hace una muestra retrospectiva improvisada de su trabajo en el mac...

Vilde y Helle, dos de las fundadoras más implicadas en la gestión de Can Serrat, me cuentan los comienzos.
Vilde –orgullosa de vestir lencería y tacones hasta cuando carga sacos de arena en una carretilla- se entusiasma y te envuelve con su historia: “al principio el Can Serrat en el que ahora nos encontramos no se llamaba Can Serrat. Can Serrat era un palacio en la imaginación de los alumnos de una escuela de arte noruega. Un grupo de estudiantes que cuando acabamos nuestra formación en la escuela de arte, nos reunimos con nuestro profesor, Thorleif Gjedebo, para pedirle seguir compartiendo un espacio de reunión. La escuela inicial se quedó pequeña, Thorleif compró una antigua fábrica, los alumnos ayudamos a acondicionarla, algunos nos quedamos a vivir ahí, yo cocinaba para los nuevos alumnos, por la noche regentábamos un club ilegal en el que hacíamos performances y exposiciones... y fantaseábamos en voz alta con un palacio en el que seguir reuniéndonos en el sur de Europa”.

Un día Andreu, un catalán casado con una noruega con ganas de convencerla para abrir un restaurante en El Bruc, escuchó esta historia en el club y vio la solución al temor de que su mujer se aburriera en este pueblecito: hablaría a los artistas de Can Serrat y una vez que otros noruegos se establecieran allí, su esposa se adaptaría más fácilmente. Vilde sigue relatando “algunos teníamos miedo de que se desvaneciera el sueño. Thorleif decidió que si el sitio venía hasta nosotros, no podíamos decir que no”. El profesor compró billetes para todos a España y cuando Live R. Skeindo, Leah Johnstone, Vilde von Krogh, Siv. Benthe Johansen, Terje Nicolaisen, Ingvild Nergaard, Vibeke Maruburg, Tone Fjaereide, Hanne Getz, Helle Storvik y Helle Kaaren aparecieron en la masía en ruinas de El Bruc, Can Serrat empezó a ser lo que es.
Fueron tomando parte en el proyecto sin tener muy claro hacia dónde iban pero con muchas ganas y el espacio fue evolucionando hasta lo que hoy es, hasta lo que será mañana: probablemente vengan más escuelas de arte, probablemente haya más relación con el exterior.

El pasado 17 de julio celebraron el vigésimo aniversario de la residencia de artistas y, sorprendentemente para los que miramos desde fuera, hasta este año todos los socios iniciales han seguido involucrados en Can Serrat. A la entrada a la masía te siguen recibiendo las fotos de cada uno de ellos hace 20 años, la de Vilde “intervenida” por ella misma con quemaduras de cigarro. Helle, con un español que da fe de los años que se instaló en Can Serrat a pesar de su innegable aspecto de noruega, asegura:“el camino hasta aquí ha sido una escuela de tolerancia, de estar abierto a distintas ideas y de intentar buscar siempre el lado bueno de la aportación de todos los que han ido pasando a lo largo de estos años”.

Los propietarios no viven aquí, normalmente durante el año se queda alguien que gestiona la residencia. En los inicios fueron algunos de los fundadores, luego un artista inglés que usaba el taller de impresión, “una pareja belga organizaba fiestas glamourosas” –me cuenta Helle mientras repasamos el álbum de fotos-… Cada uno ha tenido libertad para darle su propio carácter. Ahora Bard, un noruego viajero casado con una peruana, empieza su ciclo con ganas de coordinar cursos mientras planea su próximo documental.

Buscando pistas de los que visitaron la residencia en las estanterías, se pueden encontrar libros desde “El tratado de la Pasión”, de Eugenio Trías, hasta “What should i do with my life”, de Po Bronston, pasando por “Las sectas”, “Harry Potter”, los dos volúmenes de “Los americanos”, de Gertrude Stein o “The innocents abroad”, de Mark Twain, aparte de viejos libros de pintura o diccionarios de inglés-español.

En Can Serrat se habla inglés y noruego, te avisan cuando llegas y ven que eres española... y se habla sobre ambición de reconocimiento y competitividad entre amigos artistas, de la película Into de Wild y de la dicotomía entre encontrar la fórmula del éxito o tu expresión más personal, de las parejas de artistas y la educación de los hijos en un entorno artístico y de hasta qué punto es necesario que los niños crezcan en un ambiente estable o se les acostumbre a adaptarse a distintos entornos desde pequeños. Si haces la casi inevitable excursión al Monasterio de Monserrat (muy cercano a la residencia), es fácil que salga el tema de la religión y las supersticiones noruegas. Se habla mucho sobre facebook y las redes sociales, sobre las becas y la subvención para un documental independiente sobre un bohemio escritor noruego. Se habla de los estudios y el espacio para trabajar, sobre música y sobre la vida diaria y Michael Jackson y próximos proyectos, como en cualquier otro sitio...
Es fácil imaginar en un lugar como éste a Peter Franz, escultor y jugador de rugby americano, que concibe "la vida y el arte como un diálogo entre individuos". Les pregunto por qué eligieron Can Serrat y la respuesta mayoritaria es porque querían venir a España, por la cercanía a Barcelona combinada con un ambiente relajado y flexible rodeado de naturaleza y por la posibilidad de contar con distintos estudios adaptables al tipo de trabajo a desarrollar.
Se acaba mi tiempo aquí, vuelvo con un bloc de apuntes inconexos y mucha información y sensaciones en la cabeza, entre ellas la curiosidad por cómo seguirá evolucionando este espacio contagiado de la creatividad de los que lo habitan…

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