Calle 20. La otra escultura. Marzo 2010




DIBUJANDO EN TRES DIMENSIONES

Seis artistas que se atreven a dar volumen a su imaginación nos hablan de su trabajo: sus comienzos, la filosofía que esconde su obra, cómo es un día de trabajo para ellos, qué les inspira…

Cada uno llegó a la escultura por un camino distinto, Diem Chau (Saigon, 1979) es la única que no modela ni talla, ella yuxtapone sus bordados a objetos de porcelana ya existentes. Habla de la historia de estos objetos cotidianos a los que incorpora su propia historia: la de una familia vietnamita que emigró a Seattle. Diem me hace cerrar los ojos: “Imagina un libro hecho pedazos: la historia sigue estando ahí pero sus palabras están rotas. Yo veo mi obra como piezas de ese libro roto. Cada bordado es un pedazo de historia. Gran parte de mi trabajo proviene de mi experiencia como inmigrante y mis conflictos de identidad. A veces siento que no estoy completa, soy un libro hecho pedazos. La historia está ahí pero está dispersa.”
Todo parece formar parte de un mismo puzzle: los rostros inacabados que aluden a personajes de su álbum familiar que no reconoce, los hilos rojos que simbolizan vínculos muchas veces a la espera de encontrar a alguien al otro lado, su escasa vida social y su estudio lleno de muñecas que utiliza “más como válvula de escape que como inspiración. Muchas veces estoy aburrida o bloqueada y jugar con ellas me permite abordar mi obra desde una perspectiva más fresca”.

El tiempo en el estudio

Diem prefiere la tranquilidad de la noche “cuando nadie interrumpe” para trabajar y relega el día a internet y los recados.
Kate Macdowell (Santa Barbara, 1972), fue profesora de inglés, diseñadora de páginas web y muy viajera antes de que su curiosidad se tropezara con la la porcelana “cuyas cualidades translúcidas me permiten evocar el efecto de los rayos x al iluminar las piezas desde dentro. También evoca la escultura clásica y barroca, la fragilidad de la porcelana china y da más protagonismo a la forma que al color. Una pieza blanca me habla de fantasmas, del espacio negativo, de algo fuera del mundo”.
Confiesa su dificultad para esculpir y cómo va postergando la bajada al estudio hasta mediodía aunque “si tengo una fecha de entrega, puedo trabajar sin parar hasta las 5 de la mañana y me encanta cuando estoy tan inmersa en la obra aunque el día siguiente me encuentro fatal. Normalmente me siento hambrienta y frustrada y acabo más temprano”. Casi para todos, es la proximidad de una exposición la que determina el tiempo diario que dedican a encerrarse en su estudio.
Kate se entretiene detallando su proceso de trabajo y explicando por qué intenta esculpir ante el objeto real o su fotografía: “encuentro más fascinante trabajar acerca de la complejidad de algo natural que sobre algo que podría inventar y así descubro muchos detalles a los que no había prestado atención: cómo los pétalos de la flor se unen al tallo, cómo las orejas del conejo muestran dónde fija su atención… A veces, recojo docenas de imágenes de internet, a veces paseo por el parque con unas tijeras recogiendo hojas, a menudo escucho libros digitales mientras esculpo...”

La naturaleza como telón de fondo

Su obra profundiza en nuestra relación con el mundo natural: contrasta la conexión romántica que sentimos con la naturaleza con el impacto negativo que ejercemos sobre ella. Para expresar esto, relaciona el cuerpo humano con elementos vegetales o animales. “Me gusta explorar cómo usamos el mundo natural como metáfora cuando definimos cómo nos sentimos psicológica o emocionalmente. Cómo nos encontramos “desarraigados” cuando nos mudamos, por ejemplo”.

Hecha esta introducción, no resulta extraño que lo que más le inspira en su estudio sea un calendario del greenmuseum.org “con imágenes de arte y naturaleza que adoro y las postales de esculturas barrocas en mausoleos de Roma. Me gusta esta forma de recordar algo pasado como yo intento hacer en mi obra”.

También Gerard Mas (Sant Feliu de Guíxols, 1976) encontró uno de sus objetos favoritos en la naturaleza: hace años que tiene un avispero colgado en el corcho de la pared. “Es una obra de arte de las avispas papeleras. Me salió gratis. Lo he integrado en una de mis piezas”.

Al artista catalán le gusta utilizar materiales “que evoquen con su color la sustancia que representan”. Empezó con el alabastro “por su aspecto translúcido, parecido al de la piel humana muy pálida” y ahora lo ha cambiado por policromías totales sobre resina. “Antes me parecían un crimen con el material, ahora veo que me permiten explicar muchas cosas”.

Tras su obra no hay más filosofía que “la voluntad de no dar nada por sentado, de hacer dudar al espectador sobre el sentido de la obra en sí. Representar una situación absurda o fútil con la pompa de una vieja pieza de museo, a mi entender, ayuda a desmontar esquemas. Lo que creemos importante podría no serlo y viceversa”.

La serie de las "Damas" es un ejemplo perfecto de este propósito. “Empezó con la "Dama de Llengot" y ha ido derivando en toda una galería de retratos imaginarios. Tienen en común una estética tardo-gótica o renacentista, pero su actitud o situación es anómalamente anacrónica. Me atrae este "algo" que chirría. Busco la belleza para después romperla de algún modo. Podría intentar una explicación más o menos trascendente de por qué, pero hacerlo sería tremendamente feo. Prefiero dejar esta tarea para el espectador”.

Un trabajo más

Gerard no considera que su trabajo diste mucho del de otro trabajador más allá de la soledad y el silencio que lo rodean: “me marco una rutina bastante rígida en el trabajo. Sino, sería imposible terminar nada. Cada día avanzo un paso más en el proyecto (suelen durar semanas). Mientras, llegan ideas para los próximos e intento impregnarme de la maltrecha naturaleza de extrarradio barcelonés que rodea mi taller”.

Fue en “un trabajo más” como dependienta de una tienda de manualidades mientras estudiaba informática en la universidad, como Meredith Dittmar (Boston, 1974) descubrió la arcilla plástica. “Desde entonces no he podido dejarlo. Sigo trabajando con el pc porque tengo tantas ideas que creo que lo que hago es solo la punta del iceberg: ¡se pueden crear tantos efectos visuales con la arcilla...!. A medida que mi técnica mejora, se abre un mundo de nuevas opciones creativas y disfruto de hacer las cosas bien”.

Compaginando tantas actividades, Meredith designa diferentes días a cosas distintas: “un día para los emails y cuestiones de negocios, otro para recados y reuniones y todo lo demás me concentro en esculpir. Cuanto más continuo sea el tiempo en el estudio, mejor. Puedo destinarle 14 horas en un día normal, pero consigo arañar tiempo para la danza, la meditación y salir con mi marido y mi perro”.

Sin abandonar su vocación de informática, su objeto más preciado es su ordenador “frecuentemente mis búsquedas aleatorias de inspiración conducen a charlas espirituales o científicas. Internet es un proveedor infinito de información visual. Recopilo imágenes sobre cualquier tema relacionado con materiales orgánicos, diagramas técnicos, telas, moda, culturas nativas, animales... voy cambiando. Me rodeo de estas fotos y cuando las asimilo, intento crear desde un espacio abierto y tranquilo y ver qué sale”.

Lo que sale trata “sobre la belleza y conexión de todas las cosas en esencia. Sobre la multifacética evolución de todo y la trascendencia e inclusión de todos los puntos de vista. Sobre la búsqueda y los momentos donde no hay nada ni nadie a quien buscar”.

El humor como esencia

Stephanie DeArmond (Seattle, 1971) es la más precoz del grupo: descubrió su vocación usando arcilla en la escuela y todavía sigue intentando vencer los retos que le plantea el material. Sus otras dos motivaciones para seguir esculpiendo son la de pertenecer a una comunidad de artistas y seguir adelante con el apoyo de su marido y su hijo, -pese a ser éste el principal responsable del tiempo que no pasa en el estudio-.

Stephanie ha desarrollado un estilo muy personal especializándose en modelar letras decorativas y explorar el potencial escultórico de la tipografía. “Quiero que mi trabajo posea sentido del humor e irreverencia y combinar una estética vintage con elementos de la cultura pop, la música y lo local”.

Su estudio está presidido por una postal de Grayson Perry, el ceramista travesti que ganó el premio Turner 2003, vestido como un personaje folk armado (la obra se llama Mother of All Battles) “¡Él es mi inspiración!. Tengo esta postal junto a una foto de mi tía vestida con el traje típico sueco”.
Megan Bogonovich (Vermont, 1976) es profesora de cerámica además de ceramista. En su obra personajes reales conviven con la fantasía con aparente normalidad. Ella enumera los elementos fundamentales: “los moldes, el color y, sobre todo, el humor e incluso lo banal”. A través de sus palabras se aprecia su “complicada” relación con la arcilla: “es difícil de controlar y hay momentos en que me limita. Pero últimamente mi terca actitud ha hecho que nos encariñemos. Me gustan sus contrastes: empieza como barro, suave y húmedo, luego se transforma en algo precioso y frágil. Algunos días siento que juego mientras trabajo, otros se trata de una tarea técnica y precisa, tiene mucho que ver con mis dos caras”. Evidentemente, se queda con lo positivo porque sus días favoritos de la semana “son los tres que voy al estudio y escucho la radio y audio libros y tomo café y creo”.
Megan tiene debilidad por descubrir cosas. De eso tratan sus obras, “de la fascinación por una nueva aventura, de la belleza potencial que existe en el riesgo y el descubrimiento”. Y eso es lo que más le cautiva en su estudio: todo aquello que es nuevo. “Estoy trabajando en incorporar formas geométricas en mi vocabulario mayormente orgánico. He construido cientos de cubos y es lo que me atrae ahora: bordes afilados y colores brillantes”.

Quizá todos ellos compartan algo más que me comentaba Gerard Mas: “Alguien dijo que los artistas figurativos de mi generación mostramos la perplejidad que sentimos ante el mundo en el que vivimos. Me parece bastante acertado”

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